top of page
I'm an

DESTRUCCIÓN Y REVELACIÓN

Cultural ABC (Madrid) - 16/09/2006, página 40

CHICO LÓPEZ

 

other title

PARTE DE UN DIBUJO ARRANCADO DE SU SUPERFICIE PARA DEJAR PASO A LA VERDAD.

INSTITUTO DE AMÉRICA

SANTA FE (GRANADA)

HASTA EL 6 DE ENERO DE 2007

 

IVÁN DE LA TORRE AMERIGHI

Puede parecer que, tras este largo y esclarecedor texto, Chico López (Linares, Jaén, 1967) esté abandonando su condición de artista para comenzar a recalar en otro ámbito profesional, tangente pero distinto, tan cercano cuanto extraño: el de teórico de las artes, el de pensador solitario del acontecimiento artístico. O, a lo mejor, esta transformación supone una progresión - o una mirada histórica, según se mire - haciendo los verdaderos fundamentos de lo que debiera ser la creación: un continuo repensamiento del ser artista. En cualquier caso, el interés - mucho - de la actividad que traemos a estas líneas reside tanto en el proceso cuanto en esa <<verdad>> que queda apuntada y se vislumbra al final. 

El creador Andaluz encubre estos mecanismos de investigación bajo el aspecto de un proyecto artístico divido en tres fases sucesivas. En el estadio inicial se intervinieron los paramentos vestibulares y de acceso al nivel inferior, aquellos que conducen a las salas expositivas de este centro artístico multiusos granadino que es el Instituto de América, mediante un gran dibujo realizado in-situ, planificado como aquellos grandes frescos medievales, renacentistas o modernos, en base a jornadas consecutivas que plasman lo pergeñado desde el pequeño boceto hasta la escala monumental que le permite todo el espacio. Sigue aquí unido al lenguaje y a los intereses que ha ido edificando y exhibiendo en los últimos años, desde antes de la exposición de 2005 en la galería Sandunga titulada Refugio, en la que la serie <<Nicht Sehenswert>> definía una obra caracterizada por un entramado monocromo, de una fuerte linealidad geométrica, lógica en apariencia, laberíntica en cuanto a su resolución visual. Han sido eliminadas, por el contrario, las reseñas textuales, tal vez porque el mensaje quedará liberado una vez cerrado el ciclo creativo. 

 

EL ALMA AL AIRE. la segunda fase -en apariencia, la más vehemente- le llevó a convocar una acción pública, convertida en espectáculo multidisciplinar de imagen y sonido, en la cual él mismo arrancaba con una picola parte de su dibujo, picando de paso la pared y dejando al aire los ladrillos descarnados. Esa brecha abría una terrible fractura en la composición, y, de algún modo, también la desvestía de sus atributos artísticos. En el último paso, aún por llegar - y del que el presente artículo formará parte-, se compilaran todas las referencias críticas publicadas en la prensa en relación con la intervención y se transferirán, por medio del dibujo, a la pared desnuda, a esos espacios vacíos que antes había ocupado la obra de arte. La dimensión crítica de estas dos ultimas acciones tiene múltiples lecturas y abre un proceso reflexivo que incumbe a todos los actores del escenario artístico. Por un lado, la destrucción de parte de la obra, ademas de descubrir un sentimiento de rebeldía contra el atosigante empeño que requiere el arte, nos desvela la voluntad de deconstrucción mítica de la ficción pictórica y, por extensión, de la creativa. En un segundo nivel, y no de menor importancia, la inclusión dentro de la propia obra como parte de la misma- del metalenguaje informativo que la rodea, nos permite preguntarnos hasta qué punto una pieza artística en la actualidad no se completa en su totalidad hasta que no es refrendada, hasta que no es sancionada y legitimada como obra -con todas sus letras- por ese tercer estado que conforman público experto y críticos avezados.

 

FUEGO Y PALABRA. Hemos entrado en los predios por donde pasean de la mano el fuego y la palabra. La realidad nos dista que el arte no se manifiesta por sí mismo, necesita un medio para ser comunicado. Debe ser verbalizado.¿Cuantas veces hemos necesitado <<contar>> la sorpresa, la epatación, la emoción contenida ante una pieza creativa? ¿Cuantas nos hemos conmovido con la narración de estos encuentros? El problema y el peligro es que esa consciencia individual que se lanza, progresiva y consecutivamente, hacia la colectividad como manera de compartir está siendo suplantada por un aparato crítico y mediático que nos dista qué emociones o que sorpresas debemos ir a descubrir, como si de un eslogan publicitario cualquiera se tratara.

I'm

CON UN ANDAR NAUSEABUNDO

(o de cómo asquearse del sistema y el lenguaje del Arte según la obra de Chico López)

Omar-Pascual Castillo

Verano, 2008

Granada, España.

another title

Desde que conozco la obra del artista andaluz Chico López, nacido en Linares, Jaén en el año 1967, pero granadino de adopción prácticamente; desde que me acerque a su obra por primera vez por allá por año 1999, creo que éste dedica gran parte de sus esfuerzos a desentrañar los vericuetos que circulan alrededor del poderío del lenguaje del Arte, como sistema tiránico de legitimación. Desde sus tempranas “Deconstrucciones” hasta su actual muestra “El olor de los tres cerditos muertos por el lobo feroz”, percibo que Chico ha implementado un sistema de investigación que circunda los regodeos y negociaciones que al artista contemporáneo se le impone como campo de acción, en el campo del Arte, y sus tramposas andaduras de mercado y legitimación.

 

En un principio, “deconstruyendo” (cual alumno del más exquisito Derrida) lo que antes había sido un posible “Autor: Chico López” (en sus “deconstrucciones” de sí mismo), luego cuestionando las relaciones a veces inconexas, otras conveniadas, de los lenguajes de la abstracción más geométrica y la figuración mas narrativa, después indagando en cómo un espacio galerístico se convierte inevitablemente en un nuevo altar de sacralizaciones vacuas, para más tarde abrir una brecha en un muro -literalmente- y comenzar a cuestionarse la adoración occidental del Museo-Espacio-para-el-Arte, como iglesia de una naciente Nueva Fe. Tal, como si hubiese leído fervientemente los textos de Leví-Strauss donde el antropólogo francés aseguraba que “El Arte sería la Religión del futuro”, en el último trabajo de Chico López, el artista ha venido replanteándose los roles legitimantes y adoctrinantes que juega el “espacio-museo” como nuevo paisaje espiritual de nuestra consumista subjetividad. Al punto de reponer -como yuxtaposición tácita- paisajes neo-románticos contemporáneos o citatorios de la Historia del Arte con grafismos que instauran las siglas de los museos y centros de arte actuales, a escala nacional e internacional, como “nuevas marcas” de nuestro consumo, autentificado como “algo glamoroso”.

 

En este punto de su trabajo entran a interactuar dialécticamente dos ejes motrices de su análisis metodológico, primero, el que cuestiona la laboriosidad artesanal del “acreedor de cuadros” (¿o quizás debería decir: “complacientes escenas planimétricas”?) que es un artista, de ahí su obsesión casi enfermiza u maquinal por el dibujo a puro grafito sobre superficies lisas de planos de color o de impecable blancura, como tortura de una búsqueda innecesaria de “originalidad y rigor”, “constancia y dominio de un lenguaje propio”; y segundo, como esta producción de sentidos se expone a sí misma como contraposición al discurso o “significado” -incluso político- de su gesto creador. Gesto el cual, sólo pretende (en verdad) instaurarse en el solemne espacio del Arte, es decir: el mausoleo espiritual que es un Museo. No va más allá, no logra absolutamente ningún otro bien que el de la egolatría pseudo-burguesa de nuestro ego, un ego esta vez remunerado por la soberbia y el don del dinero. O sea: el Rey Mercado.

 

Llegados a este punto, es obvio o natural que su trabajo en una segunda lectura analítica nos resulte que esta dotado de cierto tufo, cierto desdén conceptual, subversivo, “sumiso -tan sólo en apariencias- ante las decadentes reglas de este juego” que es el Sistema Arte, cierta repugnancia ante la naturaleza misma de tanta negociación. Donde a estas alturas del juego, poco importa las relevancias formalistas (decorativas o no, ¿o es que acaso la Belleza también no esta siendo negociada?) que haya alcanzado la destreza representacional de un artista si esta no está negociando un “espacio de legitimidad” dentro del circuito artístico de depredadores y animales comestibles; donde por mucho que perfeccionemos nuestra mirada crítica hacia la decadencia palpable del sistema, el sistema (tal vez El Lobo, perfecta metáfora) siempre nos devorará, siempre nos hará suyos, seduciéndonos con sus dobleces. Entre otras cosas, porque de “algo” debe mantenerse vivo. Pues así es esta darwineana cadena alimenticia. Sólo que al final del acto mismo de su matanza, siempre nos queda en nuestro deambular tras sus huellas, cierta sensación nauseabunda, quedándonos, nosotros, los expectantes espectadores, testigos cobardes de la matanza y el nihilismo de su puesta en escena, como borrachos de tanta incertidumbre. Siempre con la duda de la sospecha: ¿seremos cómplices? ¿seremos culpables? ¿qué somos en este juego de representaciones?¿Juez o parte?

 

A lo que nuestro sórdido subconsciente responde de forma rotunda:

“Mejor simplemente somos cínicos y políticamente correctos; y nos dejamos llevar por la corriente”.

 

 

Omar-Pascual Castillo

Verano, 2008

Granada, España.     

Castillos+en+el+aire+1-152x122-G-Papel-2
VECTORES DEL DIBUJO QUE APUNTAN HACIA CHICO LÓPEZ 

Óscar Alonso Molina 2016 

Presentación para el Catálogo de la Exposición Art In Progress...

Palacio de la Madraza. Universidad de Granada.

El dibujo como otrora la fotografía, el vídeo o la performance, es una disciplina redescubierta, reivindicada, liberada incluso, que ha alcanzado recientemente una pujanza sin parangón en su desarrollo histórico, hasta el punto de implicar a un buen número de artistas de referencia como medio preferente para desarrollar sus respectivos trabajos, o incluso llevarlos a cabo de manera exclusiva a través de sus dominios. Así́, en estos casos el dibujo dejaría de ser una herramienta por medio de la cual alcanzar otros objetivos, al modo asignado por su encuadre académico en el escalafón jerárquico de las Bellas Artes, para convertirse en una práctica específica y definitiva, emancipada y no subsidiaria. Hasta tal punto este proceso se ha desarrollado en los últimos años, que a través del dibujo podremos ya organizar vectores de gran presencia en el discurso generacional de aquellas promociones que precisamente lo han convertido en protagonista. 

El primero, y el más evidente, sería el ensayo de la dimensión última que podría alcanzar en nuestro presente estético, en un mundo globalizado, multicultural, saturado de imágenes y pantallas que generan una iconosfera densísima, la noción duchampiana de inframince, justo aquella que, por definición, desde la ultra-leve- dad/delgadez, la fragilidad, la precariedad y la sutileza propias del dibujo parecería enfocarse con total naturalidad a la búsqueda de lo que escapa a la naturaleza de los media y la organización acelerada de las imágenes desde allí́. El dibujo ofrece aquí́ el momento en que la representación parece disolverse en su propio quehacer, al punto la invisibilidad, la pre-ausencia de los cuerpos, las cosas o las mismas imágenes, anunciando la nada ante el blanco y vacío< del plano de fondo. Y es también justo aquí́, sin embargo, donde se debate todavía apasionadamente acerca de los más variados aspectos de la vida y sus figuras. El dibujo se presenta en este aspecto como la forma de configurarlo todo con casi nada, al borde de la desaparición: “no decir nada puede decirlo todo”, advertía el conceptismo radical de Gracián, donde la depuración y la eliminación progresivas del significante iban adensando los significados.

Así́, el sutil y progresivo desvanecimiento de cualquier presencia en cuanto “cuerpo cierto”, su escamoteo, tan recurrente en el dibujo desde siempre, con sus formas transparentes ubicadas en mitad de inciertas coordenadas que son pura abstracción geométrica espacial, no vendría aquí́ sino a prefigurar un aspecto nodal de aquel arte conceptual clásico, desde el cual se apostó sistemáticamente por la desposesión, la negación de lo realizado o lo ya dado como materialidad y apariencia. Si en torno al dibujo contemporáneo el calor de las cosas se está extinguiendo, por decirlo benjaminianamente, quedándonos con frecuencia tan sólo las marcas, las aristas, bordes o siluetas de ellas, tal y como comentamos, otro de los aspectos en auge avalados por las características del dibujo será́ esa misma preeminencia del concepto, revitalizada intensamente como rasgo diferenciador de las últimas generaciones, con su insistencia en la recuperación de las neovanguardias de los sesenta y setenta. 

Con ese aspecto conecta, y con fenomenal rapidez y facilidad, la segunda característica del dibujo: su inmediatez. Y es que el dibujo se engarza a lo fluido, lo espontaneo del pensamiento a través de imágenes graficas que son su pura impronta, encontrando al cabo un acomodo completo a la hora de expresar, organizar y fijar las ideas. Por seguir con nuestro argumento, todo el arte conceptual histórico puede ser releído también desde esta perspectiva, bajo el prisma del dibujo, desde el momento en que acontece como voluntaria y muy consciente renuncia a una organización material y compleja, definitiva o grandilocuente, que le alejaría paradójicamente en su desarrollo poco a poco de la intencionalidad primera, porque, diría lúcidamente Bachelard, “cuanto más débil es el indicio, más sentido tiene, puesto que señala un origen”. 

Y así́, en su historia, será́ a partir del siglo XVI cuando se den los primeros pasos hacia una autonomía completa del dibujo por parte de los teóricos tardomanieristas, quienes desarrollarán una noción estética diferenciada entre un disegno interno (cercano a la Idea, noción platónica; la imagen mental interior del artífice) y un disegno esterno (el ídolo, la marca, su primera manifestación visible), marcando con ello el verdadero punto de partida para su progresivo despliegue autónomo, que ve- remos consumarse al alcanzar su completa emancipación, cuatro siglos después, en el arte de la idea, cuando el producto del arte aspira a ser por completo inmaterial, intangible, cosa mentale, esquivando de este modo a priori cualquier interferencia del mercado, la aspiración a poseer que fetichistamente caracteriza del coleccionismo, caer bajo el autoritarismo del discurso museográfico o adquirir la forma de un deseo que sea manipulado por el relato del poder. 

En tercer lugar tenemos la naturaleza abierta del dibujo, su apertura; el dibujo como un estadio por definición supuestamente detenido en algún estado anterior al último y definitivo. Es el aspecto que liga el dibujo a la lectura, convirtiendo sus imágenes en textos visuales, listos para ser recorridos por una multitud de interpretaciones. El dibujo que siempre se muestra receptivo, pues, más allá́ de la intertextualidad, a la rectificación, a la influencia y los trasvases, al siguiente paso, a otro estrato más -tanto del sentido como de las formas-, adecuándose a esa reivindicación imperante hoy por doquier de lo proyectual, privilegiado por delante de la tradicional obra cerrada sobre sí, acabada, estática, monologante, unidireccional. El dibujo, proyectando un futuro que él no cumple completamente, tendrá́ de este modo casi siempre una tendencia latente a resolverse más allá́ de sí mismo: en la serie, en la programación de los objetivos, en otros acercamientos a las ideas que él perfila, e incluso en otros dibujos u otras obras, otras materias... Sería una nota definitiva -su teleología-, al tiempo que explicaría también la capacidad, o más propiamente proclividad interdisciplinar a la que se le asocia tan a menudo. Desde cualquier punto ligado al proyecto, en cuanto que prefiguración de un proceso abierto, se entenderá́ el dibujo como una fórmula especialmente indicada para la organización más o menos sistemática de secuencias de acontecimientos previas, presentes y futuras que el hacer natural de dibujar asimila y engarza con soltura a la hora de plantear su representación.

El cuarto vector destacado convertiría al dibujo en una forma privilegiada de acercamiento al ornamento, cuya raíz habría que ir a buscar en la base formativa del arabesco, del deambular de la mano sobre el papel, y del grutesco decorativo como “pentagrama visual” o escritura musical (Valéry dejó escritas al respecto algunas páginas magistrales sobre las relaciones intimas que enlazan la danza con el dibujo). El espectro de actuación es de nuevo amplio y complejo. Así́, cabe en este apartado asumir las tendencias ligadas al automatismo psíquico de raigambre surrealista, que encontrarán aquí́ los límites de su “escritura automática” y la pulsión sistemática, serial, repetitiva y minuciosa asociada. Junto a ello se abre, por otro lado, un resquicio incluso para el dibujo como expresión súbita -aunque siempre mediada-, del conjunto de impulsos psíquicos patológicos o en las lindes de la locura, sí, pero también del absurdo, lo disparatado, del desahogo al Witz, en cuanto factores (¡y finales!) obsesivos que agobian también a la imagen. Estamos hablan- do de una pulsión en principio que partiendo de los mismos imperativos alcanza resultados ajenos al espíritu tópico del expresionismo abstracto y del informalismo, porque no, el dibujo no es aquí́ un síntoma que liga al autor con una realidad ausente que a través de él se manifiesta... 

Al tiempo, cabe destacar también cómo, en torno a la profunda relación que ha establecido el dibujo con las artes decorativas y la ornamentación, hemos visto trabajar a numerosos autores en inéditas lecturas sobre los límites de la abstracción, en cuyo proceso intervienen de forma muy activa numerosas raíces históricas, todas ellas profundamente vinculadas a la esencia del dibujo y que hay que tener en cuenta. La primera de ellas sería la rocalla (esa amalgama, mezcla indisoluble entre los estados naturales, entre lo vivo y lo muerto, lo orgánico y lo mineral, lo vegetal y lo animal, lo natural y lo artificial), que se presenta con tanta frecuencia en cercanía estrecha, cuando no amalgamada, a la pulsión del horror vacui, saturando con distintas combinaciones de arabescos, marañas, tupidas tramas, redes y demás. Junto a ambas, intervienen también las revisiones de la longeva tradición geométrica (aunque no, lógicamente, la simbólica, cabalística, espiritual ni mística), que se adentran en el mundo de las tradiciones ornamentales no figurativas y los universos simbólicos geométricos, desde los mandalas a las formas pitagóricas. En este último apartado hay que tener en cuenta incluso todo aquel formalismo epigonal, tardo o post-greenbergiano (a lo Thierry De Duve y su relectura “entre líneas”), nunca extinto por completo, que revisa incesantemente aquellas nociones de la tópica moderna como la retícula y sus repertorios derivados. 

Esta relectura de la modernidad en clave crítica, que afectará ya sobre todo al sujeto, es algo que un artista como Chico López desvía menudo hacia el tema de “el arte dentro del arte”, cuyos guiones principales serían citacionismo, apropiacionismo, postproducción, pleigegue neo-barroco, transtextualidad (según Gérar Gentte, en Palimpsestos, 1982, “la intertextualidad es una modalidad de algo más extenso: desde la cita a cualquier enunciado para cuya plena comprensión se necesita la comprensión previa de otro texto”), pero que nos obligaría a enfocar la obra de este artista desde una óptica política. De momento, por nuestra parte, hasta aquí́ nos aventuramos. 

Óscar Alonso Molina 

bottom of page